APUNTES DE UN BINOMIO POÉTICO
Actividad paranormal de un recital al cuadrado: Paucar y Velapatiño
Tengo el triste defecto de ser puntual. 7:30 PM me paré frente a la Estación Janono. El edificio más parecía una casa embrujada, tenía todas las puertas cerradas, y poseía el peculiar color de un sepia sacado de alguna película de serie B. Algo dubitativo, pensé, será que fue cancelado, será que era para otro día?. En verdad tenía muchas ganas de escuchar a Artidoro Velapatiño y a Alberto Paucar, este último al cual no había visto jamás en mi vida, y mejor si esporádicamente desciende a los vericuetos tacneños desde la lejana Inglaterra. No puede ser, me dije despertando del razonamiento, hoy es 11 de febrero, 7:30 PM. Dónde está el error? Esta y otras preguntas continué haciéndome mientras encendía el primer cigarrillo de la noche, más para no parecer un idiota parado en medio de la acera.
Luego de una pausa maquiavélica, me dije: carajo, si es el Perú, seguro empieza a las 8, etc. En tal descubrimiento, maquinalmente fui descendiendo por la San Martín hasta caer rendido por la reflexión del momento en uno de los sardineles de la Plaza Zela. Tomé asiento y me dediqué a observar la cinemática de los autos, intenté calcular cuántas revoluciones se procura la rueda de una llanta antes de que mis ojos puedan registrarlo. Me rendí al instante. Encendí otro cigarrillo. Estaba algo inquieto, había quedado con mis buenos amigos Ricardo Eyzaguirre e Ítalo Zeballos. Este último me reservaba una grata noticia libresca. Había prometido prestarme el ejemplar de un libro underground que años anteriores le regalara el profesor Cavagnaro. Qué libro será, me dije, apoyando mi mentón en mi brazo derecho (exhalando humo). No pasó mucho rato cuando noté que Ricardo bajaba exactamente por el mismo circuito que el que había recorrido antes. Reí mentalmente. Luego se sumaría Ítalo que subía en dirección contraria por la San Martín. Nos saludamos. Mentalmente nos convencimos que era hora de subir al Janono. Subimos. En el trayecto Ítalo me entregó el libro, se titulaba “Proposiciones y vivencias”, el autor respondía únicamente al nombre de “Ricardo”, quizá un seudónimo. Máquinalmente me lo guardé en el bolso luego de las gracias respectivas, ya lo analizaría con detenimiento en mi laboratorio.
Ya a escasos metros del Janono, a pesar de tener mala visión, noté la presencia de dos amigos míos, artistas plásticos ellos: Luis Huarino y Andrés Cotrina que, erectos, conversaban con Willy Gonzáles, organizador del recital y director de la editorial Cuadernos del Sur. El impacto fue inevitable, nos acercábamos a 1 km por hora. Estreché la mano a los ahí presentes, no sin hacerles ciertas preguntas vitales y de rutina, preguntas comunes que hacen posible lo que popularmente se conoce como amistad y su respectiva perduración. Al cabo de un rato entramos todos, pedimos unos chops y nos ubicamos en una mesa de esquina, prestos a escucharnos en los demás. Ya acomodados, empecé a mosquear con mis ojos, noté la presencia de Artidoro Velapatiño, de Alberto Paucar (del cual tenía como referencia la foto del afiche). También estaban allí Gabriela Caballero, narradora, autora de “Los Relojes de Adela” y esposa de Willy. Luego se sumaría el joven cineasta Carlos Vera (¿verdad o castigo?), Carito (Yuko) Sayán, la compañera electromagnética y, ahora, ninja Jeniffer Lenvi, y un joven escritor, Jasón Pérez, autor de La sombra, de reciente publicación.
El micro se encendió. Ambos poetas fueron acomodándose en el podio, junto a una mesa que tenía como telón de fondo una sensual, sugerente y prístina muchacha que, quizá sí quizá no, pudiera representar a la Poesía, o una especie de musa polinesia, cuyas facciones más parecían personificar el signo de Acuario, o a una nereida tropical. Los poetas seguían ordenando sus ideas, intercambiando una que otra acotación entre ellos cuya naturaleza desconozco. Ordenaban los papeles, manuscritos, modulaban el volumen. El humo reinaba a pocos centímetros de nuestras cabezas, los enormes chops espumeantes titilaban con el plac-plac de algún flash de cámara. Sonrisas iban y venían, no íbamos a esperar mucho: se dio la señal de arranque…
…Y aquí mis recuerdos se nublan, quizá por mi excesivo entusiasmo o jovialidad, mesclado con el lupuloso alcohol dela noche y el humo cigarrero de la alfalfa y su blanco siniestro, qué digo: yo estaba cruel y somnoliento, perezoso como siempre. Me pellizcaba continuamente la razón para mantenerme despierto, no era que quería salir de allí, ni mucho menos estar; en cambio los reflectores me jugaban prestatarias andanzas conforme escuchaba el altavoz fónico de las enunciaciones rítmicas de los presentes; veía el color de los fonemas saliendo de las cuerdas vocales de los susodichos primeros y segundos y terceros; la microeconomía verbal de sus metalenguajes al son de la humanidad.
De Velapatiño y Paucar son conocidos sus affaires con las ciencias, ambos relacionados profesionalmente con las matemáticas y la ingeniería. El rito partió con una procesión verbal de los inicios incestuosos con las letras y la escritura, cada uno en su salsa, y casi análogos al común denominador de toda insurgencia carnal y orgánica, que se arma de la palabra para discurrir en los fluidos textuales del navío literario de la “poesía”. Nada que no conocíamos con antelación en entrevistas o por la misma poética tipeada, debidamente masificada en sus libros. Entre anécdota y anécdota fueron perfilando la universal relación de las ciencias y el arte, matrimonio que muchos artistas o científicos no pretenden legalizar, pero cuya naturaleza ellos (Velapatiño y Paucar) defendían y cultivaban. Cosa que el poema “Matemática Pura” de Velapatiño confirmaba en una razonable acepción. Poema que amalgama los espíritus de Galois y Rimbaud, ambos genios precoces de las Matemáticas y la Literatura respectivamente.
Las lecturas se sucedieron una a una como si de una partida de tenis se tratara, a ritmo de gladiador, con tonos de voz que vaticinaban la profundidad y el intelecto arrobados de tiempo y espacio, cuyo producto se conoce como experiencia. Era hora de las preguntas! Mi turno! Para ponerme a la altura, como pórtico manifesté mi bizarra visión de considerar el libro “Sobre la teoría de la relatividad de Einstein” como un auténtico y alucinante poemario, y a su fórmula E=mc2 como uno de los haikus más ambiciosos, esto claro, bajo las perspectiva de que todo arte y toda ciencia nacen de la realidad y van hacia ella para operar en ella, desde ella, para ella, ad infinitum. Luego fui al grano: “Sr. Velapatiño, Ud, ha manifestado pertenecer al grupo intelectual 1° de Mayo (cosa que confirma el libro de Jesús Cabel “La fiesta prohibida", en su respectivo apartado), en una época en la que las consignas de dialéctica de la escritura eran latentes y permanentes en todo artista; ¿qué hizo que se distanciara de ese tipo de concepción y perspectiva en su poiesis, teniendo en cuenta que en su obra es notable una suerte de dicotomía o cambio quizá debido a razones de la edad?… Y como era de esperarse, la respuesta estuvo a la altura de su querellador. En no pocas palabras Velapatiño confirmaba la función dialéctica de la escritura, de la poesía, y en general de todo Arte, de la misma Ciencia incluso, para finalmente sentenciarme que él (Velapatiño) no había cambiado, que seguía siendo el mismo, que su escritura aspiraba a lo mismo. En mi interior no me convenció mucha la respuesta, quizá tenía demasiados caballos de fuerza en mis sesos por el éxtasis que me genera todo tipo de disertación. Por su lado, Alberto Paucar no se quedó callado, reafirmaba en su posición lo mismo que Velapatiño, esa función dialéctica y operante de la literatura, y en seguida la instalación del Janono se llenó de fuegos artificiales por unos cuantos minutos: saltaban los coloridos y densos nombres de Eisenstein, Cancino, Herzog, Delgado, Verástegui, Nicola Tesla, Ennio Morricone, Michio Kaku, Emma Watson, Uma Thurman para hilar y propulsar ideas (no sè si exagero, al menos eso era lo que visualizaba). Al cabo de un rato todos se cansaron, o más bien, era hora de parar. Entonces no se me ocurrió mejor idea que preguntarles si en su calidad de poetas recorridos, de obra copiosa, y casi consagrados como poetas en Tacna, no conocían o tenían referentes de escritores o poetas jóvenes, nóveles, o si, en todo caso, no les gustaría conocerlos o enterarse de la movida literaria actual de Tacna. La respuesta no se hizo esperar y sonó casi al unísono: No y Sí. No conocían a los escritores emergentes. Sí querían conocerlos y relacionarse con ellos.
Todo estaba dicho. La noche fue productiva. Para esto y para muchas cosas se prestan este tipo de recitales. De hecho con esas intenciones fui. En mi sana locura tengo el deseo poderoso de percudirme de todos los discursos para cristalizar el ansiado teorema de la TEORÍA DE TAKNA. Empresa cuya naturaleza responde al análisis total de la obra literaria producida en Tacna, desde Tacna y para Tacna en sus vertientes e influencias socioeconómicas y políticas. Deseoso de acceder a la obra poética, y en general de mantener cierta correspondencia para conocer la filigrana épica de la actividad literaria de los 70’s, me acerqué a los dos poetas para pedirles algún tipo de dirección para un mejor contacto. A la mano tenía solamente el último número de Letrasértica. Se los entregué gustosos llevándome a cambio un número de teléfono y una dirección electrónica. Era hora de partir. 10:20 PM.
Ya en la Av. San Martín, me despedí de mis amigos. Encendí mi cigarro, me senté en el sardinel esperando la 15 con intenciones de dirigirme a Ciudad Nueva. Seguí esperando.
Escrito por
Takna. Director del sello editorial Sanatorio. Miembro de Kantuta. Afiliado a Kaput.